Marta salvó por poco su casa familiar en La Laguna y una huerta, lo único verde que quedó en ese entorno; pero las obras de una rotonda la arrasarán. Su vivienda está en zona de exclusión, pero confiesa que, si por ella fuera, no volvería, ya que todo lo que ahora hay es un negro paisaje de destrucción. Pero regresará- se sincera- porque a su hija le hace ilusión. Y esa ilusión no es poca: es la generación del futuro y alimenta la esperanza en el porvenir
EL VALLE
«Soy una de las afortunadas, porque mi casa no se la llevó el volcán, pero quedó en medio de la lava; no me dejan acceder, pero ahora el poco de verde que quedaba, una huerta, me lo quieren expropiar para una carretera y he alegado con esa expropiación». Marta Montelongo vivía en La Laguna, no lejos del centro de este barrio de Los Llanos de Aridane.
Su vivienda familiar se salvó de la lava, y en el momento de esta entrevista con EL VALLE, el 17 de septiembre, no le habían dejado entrar porque se encontraba en zona de exclusión, aunque fue hace seis meses con un perito para valorar el estado general del inmueble por fuera.
Si por ella fuera -se sincera- no volvería a ese lugar, porque ha desaparecido todo a su alrededor y solo queda un inmenso páramo negro circundante, esa metamorfosis brusca del paisaje. Sin embargo, volverá, y explica cuál es su poderosa razón: «Si fuera por mi yo no quiero volver a ese lugar a vivir, pero tengo una niña que está muy ilusionada con regresar, y me dice que ella siembra los matitos y que se volverá a poner verde; y por ella quiero volver».
Su deseo ahora es que no le expropien la huerta que le ha quedado, porque considera injusto que lo que el volcán no destruyo, habiendo destrozado tanto, lo arrasen las autoridades para hacer una carretera, pues cree además que hay alternativas sin dañar lo poco que quedó en la zona. El río de lava se llevó una huerta que tenía sembrada de frutales.
«Me quieren quitar el único verde que había dejado el volcán por allí», se lamenta, mientras habla con EL VALLE en un solar de aparcamiento junto a la vía principal de La Laguna por donde penetró la lava y ocupando solo una esquina del terreno. Por allí entran turistas a sacarse fotos junto a unas rocas que son de las más nuevas en la superficie de la Tierra.
«Al principio mirar para ese lugar era algo desgarrador, feo, pero a largo del tiempo te das cuenta de lo que es la naturaleza, y hay quien lo pueda ver bonito, pero nos ha hecho sufrir a todos, porque toda la población de La Palma, de una manera o de otra, está afectada», reflexiona Marta.
Ha recibido ayudas para la limpieza de la casa, pero no puede llegar hasta la que fuera su hogar. Familiares suyos no tuvieron la misma suerte: «Ellos han recibido ayudas, menos los 30.000 euros del Gobierno canario, pero después de mucho batallar para conseguirlas, como le ha pasado a mi hermana».
Se aloja ahora en el centro urbano de Los Llanos de Aridane, pero echa de menos la paz que tenía en La Laguna: «Ahora, en mi casa todo alrededor está negro, y hasta para comprar un pan tendré que ir a tres kilómetros; antes podía comprarlo cruzando la calle e ir al centro de La Laguna caminando». Su resumen del antes y el después es contundente: «Antes La Laguna lo tenía todo y ahora no tiene nada».
En la conversación, Marta reconoce que no se deja vencer por la esperanza. En sus palabras hay un fondo triste, y añora un lugar que ya no existe, pero también una energía nueva, como un rebrotar de ilusión, de una expectativa de futuro, la que le da su hija, que es la nueva generación y sí le alegra el retorno al hogar: «Soy sincera, volveré a esa casa, que es herencia de mi marido, porque la niña quiere vivir allí, y tendré que aceptar lo que veré cada día a mi alrededor, porque no tengo otra cosa y vivo de alquiler ahora; tendré que acostumbrarme».
Eso sí, quisiera conservar la huerta que el insondable capricho del volcán no se llevó, y que, quién se lo iba a decir, una carretera, por decisión política, la condena a desaparecer.