EL EDITORIAL DE ‘EL VALLE’
La erupción volcánica de La Palma en 2021 despertó el entusiasmo de cientos de científicos atraídos por este fenómeno geológico que sin duda les deparó una oportunidad de investigar y hacer ciencia en su materia.
Ese indisimulado éxtasis científico sería moralmente aceptable si la del volcán Tajogaite hubiera sido una inofensiva erupción para contemplar y estudiarla con fascinación. Pero no, ha sido la mayor catástrofe de este tipo en Europa en 100 años, por el rastro de destrucción de viviendas, empresas, infraestructuras públicas y explotaciones agrarias y ganaderas; pero, sobre todo, el enorme sufrimiento de miles y miles de personas y animales.
Y es aquí donde el comportamiento de no pocos científicos, y de las propias instituciones públicas de las que dependen, ha pecado de falta de empatía real con la población damnificada.
La primera prueba de fuego que los científicos y los responsables políticos no pasaron fue la de disculparse, cuanto menos, por no haber alejado a la población y a los animales del peligro antes de que comenzara la erupción. 31 meses después de aquel caos de la gente -y los animales que pudieron- huyendo, ni un solo científico ha dicho siquiera un «lo siento».
Aún resuenan las palabras de la entonces directora del Instituto Geográfico Nacional (IGN) en Canarias, María José Blanco, cuando, en el Parlamento canario, en 2022, preguntada por qué no se elevó el semáforo a naranja para evacuar a la población con tiempo, claramente dio a entender que, pese a que el fenómeno era inminente, las autoridades decidieron no subir el nivel de alerta y proceder al desalojo preventivo general. Luego Blanco se matizaría, en vista de la polémica que provocaron sus palabras, y quiso dejar en buen lugar a los políticos.
También aún nos queda el eco de lo dicho por una geoquímica de INVOLCAN -honrosa excepción de empatía y sinceridad- que dijo sentirse «impotente» al ver que horas antes de la erupción se decidió no evacuar a la población pese a los claros datos de que la salida de la lava era inminente, es decir, que podía ocurrir de un momento a otro.
Por si fuera poco, de todo lo hablado en el comité científico del Plan de Emergencias Volcánicas (PEVOLCA) y su comité de dirección, el Gobierno de Canarias, desde la pasada legislatura, niega a la sociedad conocer sus actas y grabaciones. Una falta de transparencia pasmosa que impide a la opinión pública conocer cómo fue aquella toma de decisiones.
Esa insensibilidad se ha manifestado también en medallas, reconocimientos, premios y homenajes a científicos y autoridades, un autobombo que abochorna a los afectados del volcán, quienes se preguntan cómo se puede considerar un éxito de protección civil la gestión de una emergencia volcánica en la que les revienta un volcán delante de sus narices, casi bajo sus casas, sin evacuarlos antes. De modo que si no hubo muertos en ese instante fue por pura suerte o por un milagro divino.
Falta de ponerse en lugar de los damnificados ha sido también cómo los científicos entran y salen en la zona de exclusión, buscan geositios de interés turístico con las nuevas formaciones geológicas, exploran los tubos volcánicos, planifican los futuros espacios protegidos… sin contar con la población afectada que tiene sepultadas bajo esas coladas sus casas, sus empresas, sus fincas agrarias y lo que fue el fruto de muchos años de trabajo o la herencia de sus antepasados.
La erupción del volcán Tajogaite en La Palma ha dejado un legado geológico fascinante 🗻
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— FundaciónGeneral ULL (@fg_ull) March 3, 2024
No menos insensible en las formas es ese frenesí de utilizar los datos científicos recabados como materia de estudio para presentar en congresos y revistas especializadas para engrosar currículos profesionales y captar subvenciones públicas para proyectos de investigación, en los que raramente se menciona si quiera a los miles de damnificados. En ocasiones son estudios que solo se aportan a la sociedad cuando ya se han publicado y no para aplicar en la urgente reconstrucción del Valle de Aridane.
No han empatizado tampoco los científicos con los evacuados de Puerto Naos y La Bombilla, al no priorizar desde el primer momento soluciones prácticas que permitieran el retorno cuanto antes y de cuantos más vecinos mejor.
En el caso del médico y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Laguna Aldo González Brito, miembro del grupo de expertos del Plan de Emergencias de La Palma (PEINPAL), sí ha tenido esa predisposición a que se adapten las restricciones al riesgo real internacionalmente constatado para la salud y siempre que no haya alternativas o soluciones para minimizar en garajes y primeras plantas el CO2, que las hay.
No debe verse en esta reflexión una contradicción entre la crítica al exceso de precaución con Puerto Naos y a su defecto para evacuar antes de la erupción. Y no la hay porque en los días y horas previos a la erupción la ciencia había medido parámetros de riesgo (gases, sismicidad, deformación) que daban una probabilidad muy alta de fenómeno eruptivo; mientras que la ciencia también ha podido medir -si no lo ha hecho antes es porque no ha querido- el verdadero riesgo en Puerto Naos y aportar mucho antes soluciones como la ventilación mecánica y los medidores en las viviendas.
El comportamiento general de los científicos ha sido de una ausencia de autocrítica, y por supuesto, también de crítica a la gestión política de esta emergencia. Es lo que colmó la paciencia del químico Francisco Rodríguez Pulido como asesor del grupo de expertos del PEINPAL, al punto de abandonar ese órgano, por inoperante e ineficaz.
No pareciera que viviéramos en un estado democrático donde hay libre expresión, sino en un régimen de pensamiento único donde cuestionar la verdad oficial se castiga y quien la reproduce servilmente es premiado.
Resulta preocupante que nuestras instituciones científicas y Administraciones públicas se pongan siempre a la defensiva y no acepten esta crítica hecha con ánimo constructivo de aprender para en próximas erupciones gestionar mejor y tener más empatía. Ojalá nunca más ocurra algo así, pero sabemos que la peligrosidad volcánica ha crecido en estas islas volcánicamente activas por el aumento de la población y de la urbanización del territorio.
Dicho todo esto, es necesario dejar una vez más constancia de que empatizar con los afectados del volcán es una asignatura pendiente. Rectificar es de sabios (científicos incluidos).