«El volcán explotó tan cerca de casa que pensé que íbamos a morir; la espina aún clavada es no poder salvar a los animales y objetos personales»

Fernando Hernández Armas vivía con sus madre, María, octogenaria, en El Paraíso. Un lugar idílico hasta en el nombre, pero el domingo 19 de septiembre de 2021 todo se convirtió en el infierno. El reloj marcaba las 15:12 horas cuando la tierra se abrió a 300 metros de su casa y empezaba la catastrófica erupción de un nuevo volcán en Cumbre Vieja. «Le dije a mi madre que íbamos a morir, pero ella me animaba con que sobreviviríamos», relata, tres años después, este maestro jubilado, que reconoce haber sufrido mucho psicológicamente aunque ya está en paz con la naturaleza.

Aquel día fatídico, el suelo bajo sus pies se movía desde el amanecer, síntoma de que el magma estaba cada vez más cerca de la superficie. «A las 6 de la mañana ya hubo temblores fuertes, sentíamos la tierra crujir debajo de nosotros, y algo dentro de mí me decía que algo estaba muy mal», recuerda Fernando entrevistado por ElValledeAridane.com, la web solidaria de Tierra Bonita dedicada a informar de los afectados de este desastre natural gracias al libro Las otras historias del volcán.

Primeras horas de la erupción, en El Paraíso muy cerca de las viviendas. / FOTOGRAMA DE UN VÍDEO DE DRON DE ANTONIO CARRILLO

A lo largo de esa mañana, los terremotos se volvieron constantes. «Se escuchaban como rocas partiéndose bajo la tierra, pero un representante del Ayuntamiento nos aseguró que no había peligro inminente y que por allí no iba a salir el volcán, aunque nos recomendó que tuviéramos algunas cosas preparadas».

Sin embargo, en la sobremesa, tras haber terminado de almorzar, Fernando y su madre oyeron lo que describe como «el sonido de un avión gigantesco». «Miraba hacia todos lados, pero lejos: a Jedey, a San Nicolás, a la Cumbre; no veía el volcán. Hasta que lo vi: ¡estaba justo al lado de nuestra casa!. Las piedras empezaron a caer ya por todas partes, amenazantes», afirma, aún con el susto en el cuerpo.

Fernando, con una sonrisa que ha costado recuperar pero que ya ha logrado «porque hay que seguir adelante».

La población de El Paraíso, la primera zona habitada en ser engullida por la lava, no fue convocada a una reunión organizada por las autoridades del Plan de Emergencias (PEVOLCA) que se celebró la víspera en Las Manchas para informar de las medidas preventivas. A Fernando le dijeron que no era para vecinos de El Paraíso, pero él entró de todas formas. Allí escuchó decir que habría tiempo suficiente para evacuar.

Pero el paso de las horas fue agravando los avisos de la erupción bajo El Paraíso, pues «la naturaleza estaba dándonos señales». Y lo temido ocurrió. El volcán emergió, como una bestia surgida del centro de la Tierra. Al vecindario le sorprendió en sus casas. No hubo evacuación preventiva. Había que autoevacuarse, huír del volcán.

La casa de Fernando, en primer plano, en los primeros momentos de la erupción. / VÍDEO DE ANTONIO CARRILLO EN YOUTUBE

En un primer momento pensó que salir de la casa era muy peligroso, pero pronto comprendió que podía serlo aún más quedarse dentro. Era, confiesa, «tomar una decisión entre la vida y la muerte».

Su testimonio sobrecoge: «Nos subimos al coche mi madre, el perro y yo.Tuvimos que dejar a otros animales atrás, algo que me duele aún hoy. Recuerdo mirar a mi madre y pensar que tal vez no lograríamos salir de allí vivos. Las piedras que caían tenían el tamaño y eran de una altura suficientes para matarnos si nos golpeaban. Pero mi madre, entonces con 81 años, me mostró una fortaleza increíble».

La casa de Fernando y su madre en El Paraíso, antes de que el volcán la destruyera.

Tenía que ser todo tan rápido que solo tuvieron tiempo de irse con lo puesto, el perro, los papeles importantes y las fotos más antiguas.

Todo lo demás se quedó atrás: los objetos personales, los enseres y, lo que aún le duele, los animales: ovejas, gallinas y un gato. «Aún hoy tengo esa espina clavada de no poder ponerlos a salvo», se lamenta, con una mezcla de rabia y de impotencia.

La lluvia de piroclastos no paraba de amenazarles, y caían tantos que la reja de la puerta del jardín ya no cerraba.

Los animales que Fernando no se pudo poner a salvo de la erupción.

«En ese momento era mi madre la que me animaba», pues había sido testigo de las anteriores erupciones, las del San Juan y el Teneguía.

Pero la experiencia que ella tenía con los volcanes, según refiere su hijo, «es que una vez erupcionaban, la lava corría por un sitio y todo terminaba, acotándose la zona dañada; sin embargo, esta vez fue diferente, porque era una colada tras otra y el área sepultada acabó siendo inmensa».

«A medida que nos alejábamos las piedras que arrojaba el volcán eran cada vez más pequeñas. No estaba escrito en el libro de la vida que muriéramos ese día», rememora Fernando, haciendo las paces con su memoria, pues durante mucho tiempo se sentía incapaz de hablar de estas vivencias tan traumáticas.

Acaso la última vez que miró atrás fue minutos después aquel día, cuando llegó a Tajuya: «Allí me paré para echar una última mirada a la casa». La vivienda, que había sido la de sus tatarabuelos, fue engullida por el río de roca fundida unos días después.

«Lo que mas me duele», se lamenta, «es haber dejado cosas que no se pueden comprar con dinero: mis primeros zapatos, mi primer juguete, una colección de monedas… Quedó mi vida allí». Conserva fotos de esos objetos personales, que tiene la gentileza de compartir con EL VALLE.

Los primeros zapatos y el primer juguete: dos objetos personales que Fernando no pudo salvar del volcán, y que ya solo puede ver en fotos.

A pesar de todo lo que perdieron él y su madre, saben que lo principal lo tienen: la vida. Y es que ambos son conscientes de que aquel fin de semana de 2021 el magma presionaba bajo sus casas y estuvieron expuestos a un riesgo de muerte.

La ruleta rusa de la naturaleza quiso que el disparo final que logró resquebrajar la tierra en Cabeza de Vaca fuera a unos cientos de metros de su hogar, lo suficiente para darles la oportunidad de escapar del infierno. De todos modos, cree que si la erupción hubiera ocurrido de madrugada, hoy se estaría hablando de desgracias personales.

Desde esta perspectiva, es de la opinión de que las autoridades y los científicos del plan de emergencias no deberían colgarse medallas, sino, tal vez, haber dado muestras de humildad reconociendo que no acertaron en esta fase decisiva porque no se evacuó a la población antes de tan peligroso fenómeno natural.

Una pequeña disculpa habría sentado bien a los afectados. Porque él y su madre habrían agradecido poder tener más tiempo, por todo lo que ha relatado a EL VALLE en esta entrevista.

La zona de El Paraíso, enl a actualidad, cubierta de lava. / i l LOVE THE WORLD

«Si alguna enseñanza podemos sacar de todo esto», subraya Fernando, «es que las medidas para futuras erupciones deben ser las máximas posibles, incluyendo la evacuación preventiva; porque en mi caso sé que la casa no se podría haber salvado de ninguna manera, pero podría haber sacado más objetos personales y salvar a nuestros animales; así que las cosas se podrían haber hecho de otra manera».

La casa la tenían asegurada, y cobraron rápidamente la indemnización. Ahora viven en un piso en Los Llanos de Aridane, pero reconoce que «nada es igual que antes, porque en el hogar destruido teníamos plantas, animales, una vida muy diferente a la de hora, que nos parece como estar en un hotel». Aunque están esperanzados en poder irse a una pequeña casa que se construyen en El Paso.

Han pasado tres años desde aquella vivencia, un tiempo en el que han pasado el duelo y se han repuesto hasta encontrar la manera de seguir adelante. Asegura que ha tenido que «aprender» a mirar el nuevo paisaje creado por el volcán.

Es una negra, inmensa y crispada tierra de 12 kilómetros cuadrados nacida y esculpida apresuradamente con mil formas caprichosas por el rápido enfriamiento superficial de la lava. Por algo lo llaman malpaís.

Un manto oscuro que puede resultar bello al visitante, pero que se muestra espantoso y cruel a quien debajo tiene sepultadas sus propiedades y el que fue su entrañable espacio vital.

Vista general de la zona afectada por la lava del Tajogaite. / I LOVE THE WORLD

Para la naturaleza es una capa más de las incontables que forman la isla desde el fondo del mar, pero para el ser humano que habitaba ese entorno es un escombro que sepulta aquello por lo que ha trabajado durante muchos años.

«Las primeras veces no podía mirar al volcán; sentía un desgarro, no podía hablar con nadie, pero ahora soy más objetivo, y hay que sobrellevarlo; no me gusta ir a verlo, pero hoy puedo mirarlo sin dolor, como la huella que quedó de una situación pasada y hay que seguir adelante», revela este maestro que sabe que la naturaleza es también maestra de enseñanzas imprevisibles capaces de cambiar la forma de ver la vida y entender el mundo.

La zona afectada por la erupción, en julio de 2024. / I LOVE THE WORLD

Así que hoy en día el mensaje que transmite no es de tristeza. Su sonrisa en las imágenes que acompañan esta entrevista no es un gesto fingido, sino el triunfo de la voluntad humana frente a la adversidad «El volcán pudo haber aniquilado la vida de muchas personas ese día, pero nos la dejó. Me ha costado llegar aquí, pero sin duda hoy tenemos una segunda oportunidad, porque la vida que no se llevó el volcán es para vivirla».


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