Beatriz Castro no sale de su asombro ni de su indignación. Es propietaria de unos terrenos con viñedos centenarios, un cuarto de aperos inacabado de muros de piedra natural sin techo enterrado en ceniza y unos pinos añejos de 30 metros de alto, en lo que ella llama la zona cero de la erupción de La Palma, prácticamente en las faldas del nuevo volcán de Cumbre Vieja. Pero la empresa pública Gesplan y el Cabildo le prohíben llegar hasta sus propiedades. Sin explicación alguna, denuncia, aunque se las imagina: proteger el nuevo paisaje surgido de la catástrofe.
«Me camuflé con ropa negra como las cenizas volcánicas y gorra e intenté llegar hasta mi finca, avancé 300 metros, y me gritaron empleados de Gesplan que saliera de allí, que está prohibido», se lamenta Beatriz. Cuando preguntó en qué momento podrá volver a sus terrenos, la contestación fue que «cuando el camino de senderismo se termine de abrir, de a limpiar, por el Cabildo», en alusión al camino Chimba, por donde ellas ascendió hasta su querido paraje.
De ahí que esta afectada por la catástrofe volcánica se sienta indignada por que «primero estén los turistas, los senderistas, y luego los propietarios de este lugar; es una vergüenza cómo nos están tratando». Asegura que no le han justificado el motivo de la prohibición de pasar, más allá de que en los carteles reza que «por motivos de seguridad».
Beatriz añora sus viñas vetustas, algunas de las cuales sobrevivieron a la catástrofe; sus resistentes pinos que aguantaron con su proverbial entereza 85 días de erupción a escasos cientos de metros del volcán, y la pequeña construcción de piedra, sin terminar, sin techar, vinculada a la finca, que está prácticamente sepultada en ceniza, de la que apenas asoman los muros de piedra exteriores que la rodean. Admite que la construcción, de pequeñas dimensiones, no contaba con licencia, pero que ya es legalizable porque prescribió la infracción (data de 2016), un trámite para el que además le ampara una nueva ley de 2015, pero no que no ha podido formalizar porque tuvo que afrontar una enfermedad y luego llegó la erupción.
«UN SENTIMIENTO DE IMPOTENCIA MUY GRANDE; SON MIS RAÍCES»
«Tengo un sentimiento de impotencia muy grande; si me quitan lo único que tengo en la tierra donde nací, me están cortando mi cordón umbilical con mis raíces, mi identidad», confiesa, mientras se promete luchar hasta el final por sus derechos. No es la única que está sufriendo esta situación, sino todos los propietarios de la zona de las faldas del nuevo cráter, en la parte superior de la carretera de San Nicolás y el camino de las antiguas lavas del volcán de San Juan hasta el Birogoyo. Se trata de fincas rústicas con bodegas, cuartos de aperos, casas rurales, viñedos, «gente muy arraigada a la tierra, heredada de sus antepasados, como en mi caso».
Al igual que las otras personas afectadas, Beatriz sabe que sus propiedades quedarán en una zona en la que se reforzará la protección del suelo por sus nuevos valores naturales, geológicos y paisajísticos. Pero no es eso lo que le preocupa, porque es la primera en defender el paraje creado el volcán, lo que denuncia es el ninguneo a los legítimos propietarios de la zona, con quienes no se ha contado hasta ahora para nada, y tampoco ve que este proceso administrativo parta de que se trata de una catástrofe.
«NO SE PUEDE SACAR PROVECHO CIENTÍFICO Y TURÍSTICO AL VOLCÁN SIN RESPETAR NUESTROS DERECHOS»
«El Gobierno canario quiere sacarle provecho científico y turístico pero pisoteando nuestros derechos sobre este suelo», clama Beatriz, quien además advierte de que se opondrá con todos los medios legales a su alcance a que la expropien, y que además lo hagan a un justiprecio de miseria, ya que en el Ayuntamiento de El Paso le han tasado su propiedad a 2,5 euros el metro cuadrado.
Tiene claro que esta será su «guerra» particular, por una cuestión de dignidad, pues no ceja de repetir que el Gobierno canario y el Cabildo «ni siquiera nos preguntan como propietarios» y nos están ocasionando «daños y perjuicios económicos y morales». Para colmo, denuncia, el Cabildo está colocando las señales de senderos dentro de sus propiedades.
En los escasos minutos que le permitieron acercarse a sus terrenos, contempló Beatriz la nueva fisonomía de un paisaje que las inapelables fuerzas de la naturaleza transformaron de la noche a la mañana, en un proceso de creación que la mente humana necesita tiempo para asimilar. Aún así, sabe que tiene la suerte de que por sus tierras no pasó la lava, aunque estén sepultadas por la ceniza.
«Mi propiedad ha quedado ahora en un lugar privilegiado: el nuevo volcán a la derecha, y, al fondo, las montañas de la Caldera de Taburiente; al sur, el mar, y a la izquierda las lavas del volcán de San Juan y la ermita de Fátima», describe esta palmera, esbozando el retrato de un enclave donde, como viña o pino humano, hunde sus raíces familiares desde tiempos inmemoriales.
LAS DESPECTIVAS PALABRAS EN EL CABILDO HACIA SUS VIÑAS CENTENARIAS
Le dolió que cuando, en enero pasado, fuera al Cabildo, a Extensión Agraria, para pedir ayudara para desenterrar las viñas centenarias, quien le atendió le respondió despectivamente: «¿Y tú qué quieres, que te mande mil chinos allí para que te escarben las cepas?». Tras esa respuesta, Beatriz se levantó y se fue, enfadada. Para ella esas viñas son «un patrimonio» vegetal de la isla, para las que su abuelo llegó a recibir subvenciones del Cabildo, y ahora se están ahogando por la gruesa capa de ceniza que las cubre. Desde junio ya no tiene permiso para volver a sus propiedades. Es una extraña en su propia tierra.
Se emociona al ver cómo algunas cepas de viña renacen de las cenizas. «Hasta hoy ninguna Administración pública me han dado ninguna ayuda tras la erupción, a pesar de haber presentado reclamaciones al Cabildo; la realidad es que no puedo hacer nada en mi propiedad, es indignante», reitera.
La suya no es solo una batalla económica, sino sentimental: «Conozco este lugar como la palma de mi mano, desde niña; conozco cada planta; incluso escribí un libro pequeño sobre las plantas protegidas en La Palma de uso medicinal; amo la conservación de la naturaleza palmera y amo mis raíces, por lo que no estoy dispuesta a sacrificar mi propiedad para beneficio del Gobierno canario o del Cabildo, porque en mis manos yo conservaré este sitio mejor que nadie».
Esta es una situación difícil para ella, pero en la vida ha librado lides peores, como las de la salud, y siente que «el Universo» le ha dado una segunda oportunidad, que la existencia es un regalo, y se ve con energías renovadas para luchar: «No me siento sola, afortunadamente, ante esta violación de mis derechos humanos; me apoyan mis vecinos, mis amigos, plataformas de afectados y ONG».